viernes, 2 de junio de 2017

Diego Velázquez

Biografía 

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, pintor barroco español, nació en Sevilla en 1599. A los once años inicia su aprendizaje en el taller de Francisco Pacheco donde permanecerá hasta 1617, cuando ya es pintor independiente. Al año siguiente, con 19 años, se casa con Juana Pacheco, hija de su maestro, hecho habitual en aquella época, con quien tendrá dos hijas. Entre 1617 y 1623 se desarrolla la etapa sevillana, caracterizada por el estilo tenebrista, influenciado por Caravaggio, destacando como obras El Aguador de Sevilla o La Adoración de los Magos. Durante estos primeros años obtiene bastante éxito con su pintura, lo que le permite adquirir dos casas destinadas a alquiler. En 1623 se traslada a Madrid donde obtiene el título de Pintor del Rey Felipe IV, gran amante de la pintura. A partir de ese momento, empieza su ascenso en la Corte española, realizando interesantes retratos del rey y su famoso cuadro Los Borrachos. Tras ponerse en contacto con Peter Paul Rubens, durante la estancia de éste en Madrid, en 1629 viaja a Italia, donde realizará su segundo aprendizaje al estudiar las obras de Tiziano, Tintoretto, Miguel Ángel, Rafael y Leonardo.


 En Italia pinta La Fragua de Vulcano y La Túnica de José, regresando a Madrid dos años después. La década de 1630 es de gran importancia para el pintor, que recibe interesantes encargos para el Palacio del Buen Retiro como Las Lanzas o los retratos ecuestres, y para la Torre de la Parada, como los retratos de caza. Su pintura se hace más colorista destacando sus excelentes retratos, el de Martínez Montañés o La Dama del Abanico, obras mitológicas como La Venus del Espejo o escenas religiosas como Cristo Crucificado. Paralelamente a la carrera de pintor, Velázquez desarrollará una importante labor como cortesano, obteniendo varios cargos: Ayudante de Cámara y Aposentador Mayor de Palacio. Esta carrera cortesana le restará tiempo asu faceta de pintor, lo que motiva que su producción artística sea, desgraciadamente, más limitada. 

En 1649 hace su segundo viaje a Italia, donde demuestra sus excelentes cualidades pictóricas, triunfando ante el papa Inocencio X, al que hace un excelente retrato, y toda la Corte romana. Regresa en 1651 a Madrid con obras de arte compradas para Felipe IV. Estos últimos años de la vida del pintor estarán marcados por su obsesión de conseguir el hábito de la Orden de Santiago, que suponía el ennoblecimiento de su familia, por lo que pinta muy poco, destacando Las Hilanderas y Las Meninas. La famosa cruz que exhibe en este cuadro la obtendrá en 1659. Tras participar en la organización de la entrega de la infanta María Teresa de Austria al rey Luis XIV de Francia para que se unieran en matrimonio, Velázquez muere en Madrid el 6 de agosto de 1660, a la edad de 61 años.

El catálogo del pintor consta de entre 120 y 125 obras, y la mayor parte de éstas se encuentran en la colección real del Museo del Prado en Madrid, aunque actualmente se lleva a cabo en París la segunda mayor exposición de obras del artista en la historia, en el Grand Palais, con 51 obras expuestas importadas de todo el mundo.

Obras 

Los borrachos o el Triunfo de Baco 
Debió de pintarse en Madrid en 1629, el año siguiente del viaje de Rubens a la corte española, y quién sabe si esta primera composición mitológica de Velázquez no responderá a una sugestión del gran flamenco.
Pero nada hay más opuesto a la concepción ampulosa y sensual del pintor de Amberes que este modo personal, simple y cotidiano de interpretar la escena, casi como de cuadro de género, que ha hecho pensar a veces si la intención del pintor era expresar lo mitológico, copiar una escena tabernaria, o burlarse de los dioses antiguos.
Baco es un mocetón fornido, de labios sensuales, que se ha desnudado como por burla, y sus acompañantes son pícaros o soldados de los Tercios, vistos en su más inmediata realidad. La técnica es la de sus años sevillanos, con fuerte acentuación de los contrastes luminosos y un modelado apretado y naturalista. Sin embargo, en el paisaje se van introduciendo los tonos grises y la pincelada es algo más ligera que en sus primeras obras.
La Fragua de Vulcano 

Durante su primer viaje a Italia en 1630 pintó Velázquez dos lienzos compañeros, que representan el punto más "académico" de su producción. Impresionó sin duda al artista la pintura del clasicismo boloñés, pues consta su paso por Cento, donde hubo de conocer al Guercino que se hallaba en la cumbre de su producción. Uno de los lienzos citados es la Túnica de José, que guarda El Escorial; el otro, esta Fragua de Vulcano, noble friso de bellos cuerpos desnudos, en armonioso equilibrio de realidad vista y estudiada composición.

El asunto mitológico un tanto escabroso (la revelación a Vulcano por Apolo del adulterio de su esposa Venus) está sugerido con una delicada contención que contrasta con la sensualidad pícara que en éste y en otros episodios del mito ponían los pintores flamencos. La paleta se ha aclarado; ha desaparecido todo rastro de tenebrismo y el color se armoniza en una gama de grises y castaños de extraordinaria elegancia que será ya típica en lo sucesivo.

Cristo Crucificado 
Este Cristo es una de las más populares obras velazqueñas, y sin duda una de las de más feliz inspiración. Pintado hacia 1632, después del viaje a Italia, emparenta su noble y sereno desnudo con los vistos en Italia, y es uno de los pocos cuadros religiosos pintados en su etapa cortesana. Responde a un encargo expreso del Rey para el convento de San Plácido y se ha relacionado con una bella leyenda de amores reales.
En la composición del Cristo, sereno, con cuatro clavos y la cabeza inclinada, hay un recuerdo del que en varias ocasiones pintó su suegro Pacheco, cuyo eco llega también a Alonso Cano. El modelado, blando y suelto, ha perdido la precisión escultórica de los años juveniles, pero su técnica ligera, esfumada y sin apenas pasta de color, crea un cuerpo esponjoso de luz, mas no por ello menos real.
Por su serenidad y su indefinible misterio ha sido este lienzo punto de partida de meditaciones literarias. Recuérdese tan sólo el largo poema teológico de Miguel de Unamuno que lleva su nombre.
La Venus de Espejo 
Las mujeres desnudas son una temática más bien insólita en la pintura española. Si bien de Velázquez sólo conservamos un cuadro de desnudo, se sabe que por lo menos pintó otros tres. El primer registro de esta obra procede de 1651, de la colección del marqués del Carpio, que era hijo del primer ministro del rey.
El cuadro pudo ser pintado antes del segundo viaje de Velázquez a Italia (1649-1651) o en Italia mismo, desde donde sería enviado a España. El artista creó su propia imagen de la diosa Venus, pero la idea de reclinarla y presentarla de espaldas, con Cupido sujetando el espejo, procede de Tiziano.
En lugar de mostrar fuertes contrastes de luz y sombra y elaborar con fidelidad minuciosa la textura superficial de los objetos para crear una ilusión de realidad, Velázquez llega aquí a pintar lo que el ojo realmente percibe. Los colores se funden unos con otros, los contornos no se destacan y los detalles son sugeridos pero no descritos. El reflejo de la diosa no es real, pues el espejo no puede recoger la cara de Venus desde esta posición. Una tira añadida en la parte superior del lienzo nos indica que la inclusión de Cupido con el espejo fue posterior a la primera realización.
Las Meninas 
Pintado en 1656, el lienzo que en los inventarios reales se llama "de la Familia".  En alguna ocasión se le ha llamado la "Teología de la pintura" y en realidad nunca como en él se ha conseguido un fragmento de pura pintura, de captación del aire y de las relaciones espaciales de las cosas en una atmósfera viva y en un espacio concreto y mensurable.
En un salón bajo del Viejo Alcázar de Madrid, de blancos muros cubiertos de cuadros, se ha reunido la familia real para que el pintor de cámara retrate a los reyes. La infantita, los servidores más inmediatos, los enanos, el mastín, son tratados igualmente como puros elementos plásticos, fundidos todos en el aire casi palpable que se dora de luz bajo los altos techos. Los reyes, situados idealmente donde hoy se coloca el espectador, reflejan su imagen pintada en el espejo del fondo, y el pintor los mira (nos mira) con fijeza y profundidad.
El eje plástico del cuadro, hacia el que se inclinan las dos "meninas" que le traen de beber en un fresco búcaro de barro, es la infanta Margarita María, futura emperatriz de Alemania, de algo más de cinco años, rebosante de gracia infantil y con algo ya de femenina coquetería dentro del complicado y rígido traje cortesano. La técnica pictórica se hace ligerísima al recorrer los brillos de las sedas de su traje y del de sus meninas, enanas y dueñas, todos de nombre y biografía conocidos. El golpe de sol del fondo y el polvillo luminoso frente a las ventanas hacen del cuadro algo vivo, con realidad instantáneamente sorprendida.
Pero a la vez, seguramente hay en el cuadro intenciones alegóricas y quizá políticas, aún no suficientemente claras. El cuadro, además, tiene el interés de mostrarnos la más segura efigie del pintor que conservamos. Hombre de cincuenta y siete años, sereno, de noble aspecto y porte flemático, tal como lo describen sus biógrafos, se nos ha corporeizado en su propio quehacer de pintor de la nobleza. La cruz de Santiago, que se le concedió en 1659, fue añadida sin duda al lienzo, quizá después de la muerte de Velázquez.
Las Hilanderas 
fue interpretado durante mucho tiempo como cuadro de género, simple visión de un taller de trabajo en la fábrica real de tapicería; algo inconcebible en la España de su tiempo para cuadro de tan grandes dimensiones. Hoy sabemos que en realidad el cuadro representa un pasaje mitológico: la contienda de Palas y Aracne sobre sus habilidades en el telar, que concluye con la maldición de Palas, el suicidio de Aracne y su transformación en araña.
Como en sus restantes lienzos mitológicos, Velázquez ha eludido toda grandilocuencia y ha magnificado las alusiones a lo cotidiano contenidas en el mito, en este caso el ambiente cerrado y fabril del telar. La técnica se ha hecho prodigiosamente suelta y el toque impresionista sugiere y cuaja la realidad en toda su viveza. La seguridad y la maestría de Velázquez para captar lo transitorio tiene aquí, quizá, su realización más perfecta. El aire circula y casi se escucha el zumbar de la rueda del torno de hilar.
El lienzo fue pintado para un coleccionista privado, don Pedro de Arce, y no ingresó hasta el siglo XVIII en las Colecciones Reales, sufriendo entonces unas adiciones de importancia en la parte superior y en el lateral izquierdo que modificaron (es preciso decir que con extraordinaria maestría) sus proporciones originales.
Vídeos 


Enlaces 

http://www.artehistoria.com/v2/personajes/3652.htm

http://www.arteespana.com/velazquez.htm

Más obrashttps://www.biografiasyvidas.com/monografia/velazquez/cuadros.htm

Más información sobre su vida: https://www.biografiasyvidas.com/monografia/velazquez/


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